miércoles

V.

Estuvimos en la entrada de la casa de Frank un largo rato, contemplando los alrededores. Hubiese muerto por vivir allí. Vaya... qué ironía. ¿Cómo podría vivir si para ello tuve que abandonar esta vida primero?
Alrededor de la antigua casa de la familia Iero había unos cuantos árboles que, según Frank, terminaban poblando el suelo tan densamente que luego de unos kilómetros, la inocente vegetación se transformaba en un bosque.
- ¿Quieren entrar? ¿Comemos y tomamos algo? Estoy congelándome- inquirió el “dueño” de la casa- Ya me aburrió tan poca acción, tanta monotonía- Pronunció estas palabras mientras se dirigía a Gerard con cara de desinterés.
- ¡Pero si la naturaleza está llena de vida, Frankie!- contestó Gee y ambos dejaron escapar una risita algo tonta pero repleta de ternura.
- Oh, será mejor que entremos entonces. El aire fresco está inspirando mucho al mediocre poeta- dijo Frank mientras subía la escalera que llevaba a la puerta y la abría, dejándonos pasar.
El ambiente era muy calmo, la iluminación escasa, toda la decoración era de madera y la ausencia de colores hacia que la habitación parezca tan sobria... En un punto todo esto me irritaba. ¿No era deprimente vivir allí? Estoy segura que hasta el alma más feliz se marchitaría con celeridad en un lugar como ese.
-Mmm... Gerard, ¿por qué no la llevas a mi habitación mientras que preparo algo? ¿Café está bien?
-Si, claro, perfecto- le respondió Gerard.
-Ya lo sé tonto, no te pregunto a vos. Claro que sé que amás el café más que... el mundo entero y... Bueno, ¿está bien? ¿Café?- me preguntó mirándome fijo a los ojos con una amplia sonrisa que, ahora que lo recuerdo, se desintegraba por su falsedad...
- Sí, no hay problema- contesté devolviéndole esa mirada llena de frialdad pero se escurrió tan rápido por uno de los pasillos de los laterales que no tuvo oportunidad de darme otra de sus miraditas. De repente sentí que alguien me tomaba del brazo y me dirigía por el otro pasillo.
-Parece que le caes bien... a Frankie- dijo Gerard mientras, sacando una llave de su bolsillo, abrió la puerta de, lo que debería ser y más tarde comprobé, la habitación de Frank- Puedes pasar, pero ten cuidado porque una vez que entras no puedes salir- musitó mientras me guiñaba el ojo suavemente y, una vez que ambos pasamos, cerró la puerta lentamente.

IV.

Sanción aplicada no nos quedaba otra cosa que salir del colegio y dirigirnos a otro lugar. Pero, ¿qué les diría a mis padres? Si la situación no era la mejor ayer que no había ningún problema, si les digo que me habían suspendido por el resto del día, ¿cómo reaccionarían?
-Sé lo que estás pensando, ¿tus padres, acaso?- preguntó con tono de superación. Asentí con la cabeza- No tenés que preocuparte, iremos a... bueno, ya encontraremos un lugar a dónde ir Danielle, ¿no es así?
Asentí con mi cabeza como si fuera un robot. No sabía que responder. Claramente me estaba invitando a pasar el resto del día con él. Todo el día rondando la ciudad solos. Sí, juntos. ¿Y yo no sabía que hacer?
-Podemos ir a mi casa pero... ¡no! ¡ya sé! Tengo un amigo que está sancionado también, sólo que sancionado aproximadamente hace un mes. Te va a agradar, vive muy cerca de aquí. ¿Querés que vayamos?- cuestionó con esa carita de ángel que posee. ¿Cómo decirle que no? Ese fue el comienzo de mi gran debilidad. Sí, soy una persona muy endeble. Una sonrisa de Gerard y todo en mi vida se arreglaba. Pero ya no.
-Sí, lo que digas. Cualquier cosa es mejor que ir a mi casa- afirmé mucho más confiada ya.
-Sólo tenemos que ir por... ¡aquí!- dijo en tono infantil, señalando hacia delante- Sígueme.
Caminamos ambos con las manos en nuestras camperas ya que hacía mucho frío. No podía mantener mis ojos en otro lugar que no fuera el suelo. Estuve pateando piedritas y mirando como rodaban.
Nuestro trayecto se vio interrumpido por un demente que saltó precipitadamente hacia Gerard emitiendo algo así como un gemido.
-¡Te asusté!- dijo luego de emitir una leve risa centelleante. Definitivamente, era un chico muy afortunado porque tenía guantes, aunque recortados en los dedos. Parecía ser un poco más chico que nosotros, tan sólo unos años, tal vez tenía 14 o 15. Sin embargo lucía un piercing en su labio inferior y en su nariz- ¿Quién es ella?- preguntó intentándose poner serio- Perdón por haber interrumpido, pensé que venías sólo Gerard, te dejo continuar, nos vemos- dijo mientras se acercaba para saludar.
-Frank, de hecho... íbamos a visitarte a tu casa. Acabamos de ser sancionados y no sabíamos donde ir. ¿Te parece bien?- contestó en tono compasivo Gerard, parpadeando rápidamente esperando la aprobación de la propuesta.
-¿No te olvidas de algo? –inquirió el joven de los piercings dirigiendo su mirada hacia mí y realizando el mismo gesto que Gerard acababa de realizar. A todo esto, yo me encontraba inmóvil observando como intercambiaban palabras, gestos, guiños. Parecía que se conocían hace mucho tiempo.
- Danielle, este es mi amigo Frank. Frank, ella es Danielle- pronunció rápidamente Gerard.
- Frank, Frank Iero- respondió el afortunado de los guantes extendiéndome su mano para que la estrechara- ¿Les parece que vayamos yendo? Me estoy congelando, el aire está muy frío...
-¡Sí! ¡Sí! Claro, ¡vamos!- exclamó Gerard interrumpiéndolo- ¿Te parece buena idea, Dan?
“Dan”... pronunciado tan suave, salido de sus labios. Ni siquiera tuve que contestar. Creo que mi cara lo dijo todo. Emprendimos un nuevo trayecto, caminando tranquilamente mientras, aún, en mi oído resonaban sus palabras. Frank debería pensar que estaba loca de remate, lo veía en sus expresiones y las miradas que le dirigía a Él. “Dan”. Qué fácil me complacía en esos tiempos. Uno se hace gradualmente ambicioso y de ello nada bueno puede surgir. ¿Acaso nos creemos merecedores de nuestras vidas? ¿Acaso no nos damos cuenta cuando algo es demasiado perfecto para ser cierto, para durar por siempre...?

III.

Desperté al día siguiente en el mismo lugar donde había quedado el día anterior, rodeada de hojas de papel abolladas. Mi estado era deplorable pero ya era hora para ir al colegio. Noten la preocupación de mis padres que nadie fue capaz de avisarme siquiera sobre la cena.
Me dirigí hacia la cocina, preparé café, ordené mis cosas en la mochila, bebí un poco y me largué de allí. Se puede decir que el 80% de mi alimentación se basaba en café por esos tiempos y no es muy diferente ahora que crecí. Es el combustible que me mantiene viva. ¿Qué sería sin él?
Cuando llegué a mi escuela, caminé ansiosa por los pasillos tratando de encontrarlo. Sí, hablo de Gerard. ¿A dónde se metía esta criatura del infierno durante los recreos y descansos? Nunca lo supe, pero esperé a que sonara el timbre para ingresar a clases y encontrarlo en mi propio aula. Esta vez decidí aislarme de todos aquellos que no me caían bien, elegí el anteúltimo banco de la fila más apartada que encontré. Bajé la mirada y pretendí ordenar mis cosas sobre la mesa. De fondo se oían los gritos y carcajadas de mis compañeros, todos reunidos en la esquina opuesta de la habitación.
El bullicio cesó. ¿Qué estaba pasando? ¿Lo mismo que todos los días? Levanté mi mirada y allí estaba. Gerard atravesaba el aula y buscaba un lugar para sentarse. Todos los demás, le dirigían un gesto demasiado desagradable del cual ninguna persona es merecedor. “Aquí viene el extraño, el que no habla, el tonto” Malditos. Maldita sociedad prejuiciosa.
Me sentí demasiado tensa al notar que Gerard se sentó detrás de mí. Había algo que me incomodaba. Pero, vamos, ¿qué busqué al acomodarme en ese lugar? Es obvio que me encantaba, todo, así como era, su manera de encarar las cosas, su personalidad, cada centímetro de su cuerpo...
Sonará irónico pero ni siquiera lo saludé. Es que en verdad, nadie nos había presentado nunca, ¿debía hacerlo? Estaba muy nerviosa, movía los dedos de mis manos contra la mesa obteniendo como resultado un compás de cuatro notas que se repetía infinitamente hasta fundirse en lo más profundo de mi mente.
-Hey
Las notas seguían resonando y el movimiento se hacía cada vez más inconciente.
-Hey– volvió a repetir una suave vos que provenía de detrás de mi oído – Espero no haberte molestado ayer, no era mi intención.
-¿Ayer?– dubité mientras volteaba levemente mi cabeza para perderme en sus ojos –No te preocupes, no fue tu culpa, tan sólo no tenía inspiración- pronuncié discontinuamente  a causa de mis nervios, los cuales aumentaron al ver que desplazaba en dirección hacia mí un dibujo de una chica sentada en unas escalinatas que yo conocía muy bien, cabizbaja.
- Espero que no te moleste quedártelo, de verdad me gustaría. No he compartido mi arte con nadie hasta ahora y supongo que es algo que tenemos en común, ¿no?- dijo con su dócil y musical voz.
-¡Way! ¿¡Estamos muy efusivos hoy acaso!?- gritó el profesor de turno el cuál había entrado sin que nos dieramos cuenta. Reímos complacientemente dirigiéndonos la mirada ante semejante aclaración- ¡Ah! ¡Parece que usted y la señorita de adelante quieren una sanción! ¡Salgan de la clase ya! Encima reirse de uno...- musitó mientras nos levantábamos y nos dirigíamos a Dirección. 

martes

II.


Mucho palabrerío pero todavía no me hice cargo de este patético discurso autobiográfico que acabo de comenzar. Mi nombre es Danielle, y tengo 26 años. Creo no merecer este infierno, pero no es relevante en este momento.


...

Pasé mi “feliz” infancia en el aburrido condado de Essex, New Jersey. Todo lo que había en mi ciudad era un colegio descolorido rodeado de insulsos parques en los cuales solían aparecer cadáveres. Crecí entre ellos. Aquí la gente parece no quererse. O tal vez quererse demasiado, todos sabemos a lo que es capaz de llegar una persona enamorada. Matar o morir, de eso se trata el amor.
¿Qué decir...? Nunca tuve verdaderos amigos. “Pertenecía” de alguna manera a la elite de este maldito pueblucho, pero yo sabía que no era así. Tardé en darme cuenta de eso, quizá demasiado tiempo perdí y es por eso que estoy en este maldito estado, incluso sin poder ver.
En segundo año de la secundaria decidí renunciar a ese grupo de idiotas que decían ser mis amigos. No teníamos nada en común. Todo lo que les interesaba eran los caros ropajes que las marcas más reconocidas lanzaban mes a mes. No apreciaban lo que a mí me llamaba tanto la atención y me quitaba el sueño. Dibujaba todo lo que se me cruzaba. Quería lograr expresar con mi lápiz lo que veía, las sensaciones que los colores me transmitían. Qué irónico. Luché tanto por abrir mis ojos...
Si de algo estaba segura es de que no podría ser la única con tales ideales. Una tarde me quedé en las escalinatas a la salida del colegio con mi cuaderno y mi escasa pero ambiciosa colección de lápices. Sí, le llamaba colección a esos dos trozos de madera astillada, me hacía más feliz de alguna manera pensarlo así. Busqué a mi alrededor algo que mereciese la pena plasmar en papel y lo encontré.
No estaba sola. Divisé en frente mío a un joven de cabello negro y cara angelical que sostenía firmemente un lápiz en su mano derecha, sin separar su mirada de la hoja. Minutos mas tarde, levantó su mirada y sonrió levemente. Desde ese momento supe que él si valía la pena.
¿Que si lo conocía? Claro que sí. Va a mi clase. Pasó todos estos años escondido en el rincón izquierdo del aula y parecía vivir en su mundo. Gerard. Seis fatales letras que se metieron en mi vida desde ese exacto momento, desde esa sutil mirada, esa leve pero complaciente sonrisa.
Respondí con un leve gesto que no puedo ni siquiera figurar de lo nerviosa que estaba. No recuerdo el gesto exactamente. La gente me perturba, me desnaturaliza. Intenté concentrarme y continuar con mi dibujo. Ya había interceptado a mi objetivo. Intenté una y otra vez concretar a través de suaves y débiles líneas aquel perfecto rostro pero sin prosperar. Estuve sentada allí aproximadamente una hora cuando mi enojo fue incontrolable, tomé mis cosas y emprendí mi camino a casa.
No había manera, eran totalmente inútiles mis intentos, mi perseverancia, nunca podría dibujar, nunca lograría ser quien realmente deseaba. Y cuánta razón tenía...
Abrí la puerta de mi casa, ingresé y corrí hacia mi habitación, y me deslicé, tirándome en mi cama Quería llorar. Me sentía patética y no tenía a nadie que lo refutara. Las lágrimas se deslizaron intermitentemente por mis mejillas. Tomé mi cuaderno y comencé a arrancar violentamente las hojas y a lanzarlas contra la pared que se encontraba frente a mí. De nada servía, nadie ni nada podría cambiarme, nada podría evitar que me sintiera tan patética.

I.

Ni siquiera sé para que hago esto. Tal vez para distraerme un rato. Tal vez para dejar de escuchar el intenso y continuo tintineo de las máquinas del hospital. O simplemente para comenzar a escribir sin ver. Ustedes se preguntarán cuales fueron los hechos que me llevaron a concluir de esta manera... o tal vez no. Sí, eso es lo más probable. ¿Quién se podría interesar en una cosa semejante?
Ni siquiera yo sé cómo pude haber terminado así. Creo que no deseo seguir viviendo pero debo hacerlo. Debo hacerlo ya no por él, a quién dediqué mi vida entera, sino por ella.