miércoles

III.

Desperté al día siguiente en el mismo lugar donde había quedado el día anterior, rodeada de hojas de papel abolladas. Mi estado era deplorable pero ya era hora para ir al colegio. Noten la preocupación de mis padres que nadie fue capaz de avisarme siquiera sobre la cena.
Me dirigí hacia la cocina, preparé café, ordené mis cosas en la mochila, bebí un poco y me largué de allí. Se puede decir que el 80% de mi alimentación se basaba en café por esos tiempos y no es muy diferente ahora que crecí. Es el combustible que me mantiene viva. ¿Qué sería sin él?
Cuando llegué a mi escuela, caminé ansiosa por los pasillos tratando de encontrarlo. Sí, hablo de Gerard. ¿A dónde se metía esta criatura del infierno durante los recreos y descansos? Nunca lo supe, pero esperé a que sonara el timbre para ingresar a clases y encontrarlo en mi propio aula. Esta vez decidí aislarme de todos aquellos que no me caían bien, elegí el anteúltimo banco de la fila más apartada que encontré. Bajé la mirada y pretendí ordenar mis cosas sobre la mesa. De fondo se oían los gritos y carcajadas de mis compañeros, todos reunidos en la esquina opuesta de la habitación.
El bullicio cesó. ¿Qué estaba pasando? ¿Lo mismo que todos los días? Levanté mi mirada y allí estaba. Gerard atravesaba el aula y buscaba un lugar para sentarse. Todos los demás, le dirigían un gesto demasiado desagradable del cual ninguna persona es merecedor. “Aquí viene el extraño, el que no habla, el tonto” Malditos. Maldita sociedad prejuiciosa.
Me sentí demasiado tensa al notar que Gerard se sentó detrás de mí. Había algo que me incomodaba. Pero, vamos, ¿qué busqué al acomodarme en ese lugar? Es obvio que me encantaba, todo, así como era, su manera de encarar las cosas, su personalidad, cada centímetro de su cuerpo...
Sonará irónico pero ni siquiera lo saludé. Es que en verdad, nadie nos había presentado nunca, ¿debía hacerlo? Estaba muy nerviosa, movía los dedos de mis manos contra la mesa obteniendo como resultado un compás de cuatro notas que se repetía infinitamente hasta fundirse en lo más profundo de mi mente.
-Hey
Las notas seguían resonando y el movimiento se hacía cada vez más inconciente.
-Hey– volvió a repetir una suave vos que provenía de detrás de mi oído – Espero no haberte molestado ayer, no era mi intención.
-¿Ayer?– dubité mientras volteaba levemente mi cabeza para perderme en sus ojos –No te preocupes, no fue tu culpa, tan sólo no tenía inspiración- pronuncié discontinuamente  a causa de mis nervios, los cuales aumentaron al ver que desplazaba en dirección hacia mí un dibujo de una chica sentada en unas escalinatas que yo conocía muy bien, cabizbaja.
- Espero que no te moleste quedártelo, de verdad me gustaría. No he compartido mi arte con nadie hasta ahora y supongo que es algo que tenemos en común, ¿no?- dijo con su dócil y musical voz.
-¡Way! ¿¡Estamos muy efusivos hoy acaso!?- gritó el profesor de turno el cuál había entrado sin que nos dieramos cuenta. Reímos complacientemente dirigiéndonos la mirada ante semejante aclaración- ¡Ah! ¡Parece que usted y la señorita de adelante quieren una sanción! ¡Salgan de la clase ya! Encima reirse de uno...- musitó mientras nos levantábamos y nos dirigíamos a Dirección. 

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